Reflexiones en torno a la Constitución



Reconozco que no me gusta mucho esta Constitución. Entre otras cosas, el chapucero diseño territorial de España ha contribuido a su ruina económica y al tejido de unas redes clientelares corruptas. El Senado no sirve para nada. La inmunidad de la Corona no se halla en consonancia con la legislación de los países democráticos.

Pero también creo que no debe ser muy mala, cuando lleva durando nada más y nada menos que 34 años funcionando. Aún así no es la constitución democrática que más ha durado, que ha sido la de 1876, que duró 55 años. El resto de las constituciones tuvieron una vida efímera.

Estableciendo un paralelismo entre las dos constituciones que más han resistido el paso del tiempo, la de 1876 y la 1978, se puede comprobar que las dos son monárquicas, establecen un sistema legislativo bicameral... y que las dos son percibidas por gran parte de la población como mantenedoras de sistemas bipartidistas y clientelares corruptos. La de 1876 acabó de forma abrupta y desordenada con la proclamación de la II República. Esperemos que la actual se reforme o en su caso finalice con tranquilidad y orden.

Según el barómetro del CIS, y teniendo en cuenta lo parcial que es, dos de cada tres ciudadanos están insatisfechos con la democracia actual, uno de cada cuatro españoles quiere eliminar las autonomías y la mitad de los españoles están insatisfechos con la constitución actual. No son datos para tomar a broma, como lo están haciendo gran parte de los políticos de este país.

Se dice que la mejor constitución es la que no gusta a nadie, pero termina sirviendo a todos. El problema es que esta constitución está dejando ya de servir. Una constitución política no es algo fósil, que se establece una vez y dura por los siglos de los siglos, sino que se debe ser reformada para que siga conservando su lozanía y vitalidad, tal y como ocurre en los países democráticos de nuestro entorno. Desde 1949, la Ley Fundamental de Bonn, la constitución alemana, ha sido modificada unas setenta veces. La Constitución Portuguesa de 1976 ha sido reformada siete veces.

La Constitución Española de 1978 tiene partes muy acertadas, hechas con un gran consenso, bien redactadas y jurídicamente impecables. Y otras muy chapuceras, como el Título VIII, que trata de la organización territorial del Estado, que al no establecer con claridad las competencias, ni la financiación de las comunidades autónomas, nos ha metido en un inmenso cenagal. Otras partes deben claramente reformadas, como la sucesión a la Corona, estableciendo la igualdad entre sexos, como ocurre normalmente en los países democráticos, sucesión por otra parte, no es tan extraña a las leyes españolas, que permitían el acceso a la Corona a las mujeres, siempre que no hubiera varones llamados a la sucesión.

Las únicas dos reformas llevadas a cabo en la Constitución Española han sido por imperativos externos. Una, para otorgar, en reciprocidad, el derecho a voto a los ciudadanos europeos en la elecciones municipales, y otra, se dice que por imposiciones de la Merkel, para obligar a los gobiernos a cumplir la disciplina del déficit público.

El problema que existe para lograr una gran reforma constitucional es que dado el escaso o nulo patriotismo y la nula sensibilidad hacia el pueblo que existe en gran parte de nuestros políticos, será difícil que se llegue a un consenso que posibilite adaptarla para que vuelva a ser útil para la mayor parte de los ciudadanos, para el buen común.

El divorcio entre la clase política y el pueblo nunca fue tan grave. Y es grave para la democracia y para el normal funcionamiento de las instituciones.

No espero que los políticos tomen nota. Ni espero que tome nota el pueblo. Sólo espero que para que se de una solución al grave problema que padecemos, la situación no llegue a degradarse tanto que provoque un estallido. Esto último no llegará a ocurrir si se da un número suficiente de políticos honrados que harán avergonzar al resto. Tampoco ocurrirá si se da un número suficiente de ciudadanos preparados y sensatos que harán abrir los ojos al resto.

Jaime Arroyo 

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