El accidente de Goiania. Un brillo mortal

Accidente de Goiania
La zona, hoy descontaminada, donde sucedió el accidente de Goiania

Goiânia es la capital del estado de Goiás, en Brasil y tiene una población aproximada de 1,2 millones de habitantes. El 13 de septiembre de 2087, una fuente radiactiva de un hospital fue robada. A consecuencia de ello murieron cuatro personas y 244 fueron afectadas a causa de la radiación. La revista Time calificó al accidente como uno de los peores de la historia.

El robo se produjo en el abandonado, en 1985, Instituto Goiano de Radioterapia, una clínica privada. El inmueble era ocupado frecuentemente por personas sin hogar. En septiembre de 1987, dos hombres encontraron en su interior un aparato de radioterapia, que se llevaron en carretilla. Al desmantelar el aparato, encontraron un pequeño cilindro metálico de plomo y acero, que contenía de cloruro de cesio, con una ventana de iridio. Al girarlo, la radiactividad salía a través de la ventana.

A los dos días, la radiación absorbida por los dos hombres les provocó náuseas, que atribuyeron a algo que habían consumido. Intentaron abrir la cápsula, pero no lo consiguieron, pero terminaron rompiendo la ventana de iridio. Viendo que la sustancia emitía una luz azul.

Cinco días después vendieron las piezas en una chatarrería. Su propietario, viendo el brillo azul, quiso hacer con ese material un anillo para su esposa. A martillazos consiguieron romper la cubierta. Los visitantes de la chatarrería entraron en contacto con el material en polvo y resultaron contaminadas, ya que se les mostraba como una curiosidad.

El hermano del chatarrero, con el polvo radiactivo, se pintó una brillante cruz azul en el abdomen. Luego lo esparció por el suelo, a pocos metros de su casa. Su hija, de seis años de edad, estaba comiendo sentada en el suelo encima del polvo radiactivo. Fascinada por el brillo azul, se untó el cuerpo y se lo enseñó a su madre.

La esposa del chatarrero sospechó que algo no era normal y relacionó el material con la enfermedad de varias personas en su entorno. Lo envolvió en una bolsa y lo llevó a un hospital, donde un físico sospechó del peligro, comprobándose sus sospechas: el material era radiactivo y muy peligroso.

La niña del chatarrero moriría un mes más tarde, por hemorragias internas y daños en pulmones y riñones, siendo aislada en una habitación de un hospital. Fue enterrada en un ataúd de plomo y sepultada en cemento. El mismo día moriría la esposa del chatarrero por hemorragias internas.

Otras dos personas murieron, a consecuencia de haber manipulado la fuente radiactiva.

Uno de los ladrones, sufriría quemaduras en su brazo derecho, el cual tuvo que ser amputado.

El brillo mortal del cesio-137 causó la muerte a cuatro personas y 46 recibieron radiación importante. En total fueron 244 los afectados, aunque los afectados con riesgo real fueron los anteriores.

Los tres médicos responsables del aparato de radioterapia fueron procesados por homicidio por negligencia, al dejar abandonada una fuente radiactiva peligrosa. Pero al no existir una suficiente normativa al respecto, fueron absueltos, aunque uno hubo de pagar unos 43.000 € para sanear las instalaciones abandonadas. En el año 2.000, una sentencia ordenó a la Comisión Nacional de Energía Nuclear de Brasil a pagar a las víctimas con 1,3 millones de reales (unos 560.000 €), así como darles tratamiento médico y psicológico, incluyendo a sus descendientes de segunda y tercera generación.

Las labores de descontaminación llevarían unos recursos ingentes de dinero y de tiempo, ya que abarcó objetos personales, tierras, edificios y hasta cañerías.

Este terrible accidente demostró la importancia del control por parte de las autoridades públicas de cualquier fuente radiactiva.


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